Fotografía de: Sasint. Tomada de: Pixabay.com.
“Todo es negocio”. Frase acuñada a la adquisición de un beneficio o activo para ser un poco feliz, aunque al final solo sea un escaño más para sentirse miserable y ruin. La FIFA ha traducido el deporte en una empresa rentable y ambiciosa. Otro buen negocio, que saca provecho de las emociones proferidas de la gloria o la derrota. Cada vez más grande y resplandeciente el Galeón Infantino.
Cada cuatro años la copa atraca en puerto. Y cada vez que llega, arrastra favoritismo, sorpresa e inconformidad. Son sentimientos apenas lógicos, tras esa travesía larga e irregular que representan las eliminatorias. Y cómo si se tratasen cupos para taxis, donde su movilidad y utilidad dependían de transacciones exageradas, hoy en tendencia de devaluación a causa del auge de las plataformas digitales, la FIFA no ha vacilado en su intento por ampliar sus brazos titánicos en aras de amasar mayor poder económico y político, al aumentar la cabida a más equipos y, de esta manera, colmatar aficiones que en lenguaje del marketing se denominan “audiencias”.
En todos los rincones de la era contemporánea de los negocios, se ha vociferado que el valor real de las marcas se representa por la calidad de sus datos. La idea de construcción de marcas fuertes por su capacidad de penetración mental y psicológica ha caducado. Los clientes piden mayor acercamiento y empatía, mientras las industrias más pequeñas pero versátiles van ocupando esos espacios, de por más, vacíos, tenebrosos y oscuros pero eterizados de oportunidades. Los datos son algo tan conceptualizado como indefinible. Por tanto, su aptitud real de proferir valor es bastante subjetivo. Algunos argumentan que su calidad deriva de la posibilidad concreta de generar una conversión (una llamada, un registro, una venta, una descarga… algo), siguiendo sigilosamente las conexiones de los datos, uno tras otro.
Si tomamos esta teoría como algo cierta, podríamos sintetizar que la clave del marketing del siglo XXI está en capturar y analizar todos los registros universales, sumergirlos en un patrón de conducta y entregarles un contenido con un alto nivel de afinidad y promotor de “sismología psicológica” para que mueva las fibras más íntimas y desemboque en una acción. Las incógnitas son evidentes: ¿Qué es una acción esperada o no esperada? ¿Cuál es la receta mágica de la conversión? ¿Este punto se configura como el momento máximo de verdad? ¿Las conductas humanas se pueden agrupar en audiencias o se debe individualizar al prospecto? No hay unicidad en los argumentos, mucho menos en las corrientes filosóficas. Esta cuestión delimita la forma para hacer los nuevos negocios.
El fútbol y su organización es un buen ejemplo de la transición de los mecanismos tradicionales hacia la revolución tecnológica. Es uno deporte, como otro cualquiera. Con unas reglas, dos bandos, un campo, un jurado y, por su puesto, unos espectadores. Sin embargo, la gran diferencia del “deporte rey” frente a las demás disciplinas se confina en su inmensurable afición. En otras palabras… una gran base de datos.
La gran paradoja durante las cuatro semanas de competencia es la “parálisis conductual” que padecen sus seguidores. Las pautas de consumo viran en torno al juego: camisetas originales o “chiviadas”, televisores de gran formato, servicios de televisión digital y aplicaciones móviles. No hay lugar para la soledad. Todos buscamos una compañía para gritar los goles o para lamentar las derrotas. En cada partido de juego se han secretado hasta la última molécula de catecolamina almacenada en cada cuerpo. Y como una consecuencia de todo gran festín, proviene un síndrome de abstinencia. Todo porque solo un equipo escribirá su nombre en la historia. Los demás caeremos sin piedad con la gravedad de la realidad.
Mientras el señor Infantino estrecha sus manos con presidentes, artistas, exjugadores y todo aquel famoso que aparece ante su presencia, su equipo de estrategia corporativa convierte la pasión en oro. La figura de Midas en el fútbol se ha potenciado y todos quieren ser protagonistas en el cuarto de hora. Hay que pagar un precio en este mundo del “todo vale, por convertirlo en uno solo”. Los goles simbolizan victorias mientras la audiencia valora la data. Un buen negocio.
Durante casi un siglo, los mundiales de fútbol no solamente han movilizado descomunales capitales. También ha sido un eficiente catalizador en la escena política internacional de los países que han sido anfitriones de este espectáculo. Esto es posible por los grandes lentes sobre los puertos donde arriba la prensa, el turismo y la dirigencia. Es una catapulta para el mercadeo territorial y cultural con réditos políticos. Putin fue uno de los ganadores de esta frenética jornada.
Con mi hijo mayor, nos dimos a la tarea de llenar el legendario álbum de Paninni (realmente competamos dos). Una tarea de por sí difícil y muy costosa. Asentí tres situaciones: Primera, de los jugadores que pegaba cada día, solo conocía el 1%. No lo divulgué para no parecer otro idiota útil, aunque en el fondo lo era. Segunda, familias enteras se unían al propósito de llenar las páginas de láminas “fáciles y difíciles”. No eran las fiestas, los cumpleaños o una especial celebración. Padres e hijos, con papel o Apps en mano, tras un sublime logro. Nos faltó una, y aún la seguimos buscando. Tercera, de estos intercambios ganaron pocos y perdimos muchos, refiriéndome al volumen de transacciones en las aceras, centros comerciales, barrios y oficinas.
Al final, en mi opinión, a la final llegó uno de los mejores jugadores europeos: Luka Modric. Confieso que pujé hasta el final por el empate croata. Había sido un acto heroico. Me llamó la atención la actitud maternal de la presidenta Kolinda, que lavada en agua abrazaba a sus hijos (al parecer no abraza de igual forma a los inmigrantes), mientras Putin aguardaba en su lúgubre sombrilla.
Colofón: El VAR (Referí Video Arbitraje), no solo pasó las pruebas técnicas y de procedimiento, sino que en discutibles casos imprimió justicia, basado en evidencia. Evoluciona un sistema garantista, pero se deben reducir costos de implementación.