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La pesca milagrosa

Fotografía de: Geralt. Tomada de: Pixabay.com

Para muchos de mi edad, la “pesca milagrosa” fue el denominador de hechos atroces que desvirtuaban la razón humana de los grupos guerrilleros, quienes atrapaban seres indemnes en sor hordas redes y les conducían a un vulgar secuestro para financiar sus fines delictivos. Ahora, sin pretender homologar de manera desproporcionada mi argumento, esgrimo una realidad virtual donde mucho caen en las redes del despropósito digital para servir a nuevas formas de esclavitud moral.

Hoy en día, pocas cosas nos sorprenden. Parece que todo lo imaginable ya quedó en el pasado, dejando una lápida reflectiva que no permite ver al más allá. Se acabaron las buenas nuevas de un mundo que ya entró en un estado senil y nostálgico. Todo aquello que estaba fuera de lugar, por su insensatez e irreverencia parecen sendos trasnochos de café (sin cafeína). Entramos en estupor. Todo parece ya haber sido inventado por una clase de gente alienígena que, aburridos por nuestros dirigentes, decidieron abandonarnos a nuestra deplorable suerte, la cual ya está echada.

Los procesos de innovación han quedado en la transformación de algún producto, o por su forma de ser distribuido, o vendido, o devuelto, o pagado… en fin: consumido. Los televisores han cambiado sus “balas” de vacío por las pantallas de ultra definición conectadas a la red, pero la función no cambia dramáticamente. La música, como uno de los artes más antiguos y bellos de la humanidad, sigue siendo la misma, aunque se distribuya en los modelos de suscripción digital. Las películas de ficción y futurismo nos han transportado en vehículos voladores y autónomos y, a pesar que hay adelantos importantes, sigue siendo el mismo carro exagerado y ostentoso de Ford.

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No quiero minimizar los importantes avances tecnológicos que han facilitado muchos procesos vitales y suntuarios de nuestras vidas: la información se ha democratizado y su cobertura es casi universal. Los usuarios tienen el poder de la crítica y el debate en las redes sociales. Estamos conectados en todo tiempo y lugar a un sistema que disfruta del don de la ubicuidad, y que llamamos “internet” como si fuera una gran atalaya que tiene presos a muchos peces que caen en desgracia entre sus redes. La mayoría de las cosas, los lugares y las experiencias son más “chéveres”, o eso al menos nos hacen creer. Estamos en un afán delirante por perfeccionar lo que hay, sin importar la belleza que deslumbra o la visión que cautiva: la grandeza del poder de la imaginación y los sueños.

Pero también quiero ser consciente y objetivo: Estamos viviendo en un paraíso finito, que terminará en algún precavido momento. Los recursos que nos rodea son finitos. Los deberes y derechos son finitos. La amistad es finita. La vida es finita… y, por tanto, nuestros anhelos y expectativas no pueden viajar más allá. Por más queramos trascender, hay un límite, el cual no queremos saber ni querer respetar.

La gran red de internautas y “cosmotontos” (donde me incluyo sin vergüenza) es víctima de su propio invento. Cómo no respetamos el límite, lo desconocemos integralmente. Es el absurdo sabor del poder, que arremete contra la ética por querer sacar unos centavos, (millones de dólares). Hace unos meses se conocieron detalles de cómo la campaña presidencial del señor Trump empleó la personalidad e intimidad de millones de personas, solo para confundir, mentir hacer nacer sentimientos patrióticos sobre la desigualdad y el sectarismo. La misma radicalidad que extorsiona la mente de JJ Rendón al tenernos como ratas de laboratorio, inyectando pequeñas dosis de odio para fragmentar la unidad colombiana, solo para favorecer a sus amigos de extrema derecha. Hemos regalado nuestra esencia para publicarla en los muros digitales de las redes sociales, solo para inflar nuestro ego al mostrar nuestras aventuras de falsos ricos o para regocijarnos de las derrotas ajenas. Esta ingenuidad lleva al lastre el derecho de la intimidad, el secreto, la liberta de pensamiento y la objeción de consciencia.

Nos convertimos en zombis que consumimos, votamos y maldecimos todo aquello que unos pocos nos advierten, cómo la nueva Venezuela que profesa la apocalíptica masa uribista.

Cómo lo identificaban los antiguos escritos, al momento en que un mortal “vendía su alma al diablo” por los más mundanos placeres terrenales, el margen de maniobra se achicaba. La riqueza finita se esfumaba y los tormentosos dolores del incinerante infierno corrían por piernas arriba. Todos hemos caído y vendimos nuestra alma por unas pocas migajas de un mundo digital que absorbe hasta el último suspiro de energía y arrasa la felicidad en cada segundo que nos sentimos conectados.

Cuando escribo estas líneas, me conecto, para no sentirme aislado y poco contemporáneo, y me dispongo a alojar mis archivos en una carpeta intangible en la nube. Una AZ que vuela. Algún día, esa nube nos bañara en sus lluvias ácidas. Las computadoras de Zuckerberg hablaban en soledad consiente, SkyNet casí acaba el mundo de John Connor, V.I.K.I quería un mundo perfecto con humanos esclavos a su suerte, The Matrix era la plataforma de las máquinas alimentada por el ADN de humanos en red. Pueda ser que esta visión enganchadora del séptimo arte no se convierta en realidad.

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Colofón: A partir de la participación de la selección Colombia de futbol en el mundial de Rusia, que en mi opinión fue destacada y objetivamente justa, los papistas del deporte han salido a desvirtuar la ética de su técnico por ocultar el verdadero estado de salud de algunos jugadores, como fue el caso de la ruptura muscular de James Rodríguez. La comunicación estratégica es su defensa ante la previsión de los rivales. Personalmente admiro y agradezco al señor Pekermán por su buen oficio, al regalarnos infusiones de alegría en momentos de desesperanza y conflicto. Al fin y al cabo, los que critican presumen de saber cómo vivir la vida de otros, menos sobre la propia.

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