Fotografía de: Rostichep. Tomada de: Pixabay.
Sin saberlo o pretenderlo, segundo a segundo, empujamos el carro de la desgracia hacia el abismo del exterminio. La consecuencia inevitable de la civilización es su extinción bestial.
En las últimas dos semanas, hemos sido testigos de hechos lamentables, esos que ratifican equivoca existencia del ser humano. Fue en vano la destrucción de Sodoma, porque la prole de los sobrevivientes, donde con vergüenza me incluyo, nos preocupamos por aniquilarnos.
La virtual extinción del Rinoceronte Blanco del Norte, tras la eutanasia practicada a Sudán, el último macho de esta especie, solo es un singular ejemplo de los miles especies de flora y fauna que desaparecen, día a día, porque el rey de la invención divino lo ha ejecutado y permitido, sin la más mínima sombra de contrición. No hay signos de cambio.
Tal vez por su gran tamaño, se convertía en un gran trofeo para el cazador. Otros alegarán su ferocidad salvaje y sin límites. Los milagros eréctiles que le acuñaban a sus cuernos y otros cánones plagados de estupidez no fueron las únicas causas de su trágica suerte. Se trató de un desplazamiento masivo y letal (cómo si habláramos de las fuerzas oscuras en Colombia), en esa guerra de querer ampliar nuestra frontera, en beneficio del progreso y la civilidad. Este ha sido el pecado de la ambición humana: El poder de la bestia (cómo lo ilustrara el caricaturista colombiano @Matador) su esmero por el control sin medida y la ausencia de sentido. Una tenebrosa combinación: Una bestia descontrolada.
A mis alumnos universitarios, en clases de cierto tedio catedrático, les hecho “lora” sobre el momento por el cual nos enfrentamos a nuestra realidad. Ese punto de no retorno. Por alguna rara y confiada razón, el ascendiente y antepasado del humano, tuvo el infortunio de la inventiva, creación maléfica de la inteligencia (aunque no quisiera emplear esta loable palabra) y logró entender que era mejor producir que extraer. En otras palabras: transformar para vivir que vivir del balance natural. Para ello, entendió que el “cambuche” sería su refugio social y la agricultura su sostenimiento. No parecía una mala idea. La protección, resultado de la “camarería” entre los nuevos aldeanos y la autosuficiencia alimentaria propició el modelo de población del que hoy nos preocupamos: El poder de las masas, de la mano de obra, la conformación de las filas de guerra, la lucha de clases pobres subyugadas a las prestantes… Yo lo llamo: “La entropía del común”
Con el desmesurado incremento poblacional, que se constituyó en el principal “commodity de la civilización” (y esto lo resalto porque, en realidad, siempre nos hemos valorados como números de equivalencia monetaria y financiera), se debían ampliar y optimizar en servicios e infraestructura las zonas urbanas, y al mismo tiempo, buscar nuevas zonas para la producción extractiva, involucrando a la minería como el motor del desarrollo social, que se convertirían en las principales formas de intercambio. Lo malo de la historia es que sus protagonistas no fueron (y somos) las más iluminadas mentes altruistas y generosas, sino que su lugar lo asumieron “bestias descontroladas” sedientas de poder, comodidad y control.
El ecosistema terráqueo, que en algún momento fue nuestro abrigo y dador de vida, se convirtió en el enemigo a vencer. Nosotros no concebimos que los valles y corales estén colonizados por sus inquilinos naturales. Nos encantaría que estas especies migraran a otros mundos, porque se paran sobre algo que nos les pertenece y nos son rentables sobre las ascuas del capitalismo y el consumo. No son de este mundo. ¡Merecen el destierro! La construcción desaforada, las locomotoras mineras (por más eficientes y tecnificadas), el modelo económico basada en el consumo y el crédito, la extracción de recursos para la producción que satisfaga la indolente demanda, entre otras materias de fúnebre dicha, son las bases de una segura autodestrucción.
Cómo este escenario no cambiará y seguiremos siendo unas “bestias sin control”, la tendencia pronostica un triste desenlace humanitario. Si esto llegase a ocurrir, solo rogaríamos porque la vida en la tierra continúe, y se dé paso a una nueva era sin humanos, sin poder colonizador, sin bestias.
Colofón: Mucho cuidado con aquellos políticos y empresarios que quieren convertir los páramos en surtidores minerales y las reservas en autopistas y alamedas. Son alegoría de la idiotez y la soberbia. Pido perdón a aquellas especies de équidos, quienes por su labor zootécnica han contribuido al desarrollo, y a las que mi abuelo llamaba cuando alistaban a las “bestias” Sin lugar a dudas, ellas son mejores que nosotros.