Fotografía de: Pixabay. Tomada de: Pexels.com.
Un “teléfono roto” ha sido una expresión conmovida por la traición del receptor al compartir una historia o saber, o simplemente cuando se envía un mensaje con un emisario. Este hecho tan frecuente como mentira y el despecho es, a mi juicio, es la médula del conflicto entre bandos enemigos intransigentes que sobreponen la confrontación sobre el debate. Un mundo en crisis. Siempre lo ha estado.
En el transcurso de esta última semana, nuestro equipo de trabajo se concentraba desarrollar tácticas para comunicar un nuevo producto a, lo que con orgullo llamamos, “nuestra audiencia”, esos, a quienes los más jóvenes podrían “mis fans”, como se si tratase de nuevas formas “neocoloniales”, embargadas por la idiotez humana. En fin… El propósito: divulgar la aparición de una nueva forma de hacer negocios, blindado contra el fraude y el hurto, en las entrañas de un reconocido centro comercial automotor (de los cuales hay pocos, vale decir) en la ciudad de Bogotá.
No parecía ser un reto difícil e imposible. Siempre hemos creído que somos infalibles e implacables en nuestra forma de interpretar el pensamiento común. Para sorpresa de todos nosotros, ¡no fue así! Lo que para nosotros era cristalino y sin cuestionamiento, resultó ser una maraña de esguinces, un agujero de imprecisiones, un ejemplo a no seguir. Estos descriptivos son exagerados, sin lugar a dudas.
Para llegar a esta (inesperada) conclusión, llamamos a 5 colaboradores, seguros que no conocían sobre el próximo lanzamiento, y les solicitamos (sin prebenda ni tamal), un eco de sus pensamientos, un respaldo a sus percepciones, en otras palabras, que interpretaban de ese mensaje falto de rarezas. El resultado: Interpretaciones diversas, conductas desiguales, caras de interrogación, y en nosotros: caras con emociones encontradas. El imaginario humano es mucho más grande que el poder dialéctico y gráfico del mismo humano. Cuando todo parecía resuelto, el experimento logró desnudar las pretensiones del ego. Todo parecía ser el final para el comienzo, desde un perfecto y redondo “cero”. Sin embargo, había tiempo para encausar el barco.
Muchas de las desilusiones y tropiezos de la sociedad son causados por aquellos intentos fallidos al transmitir un mensaje óptimo y soportado, que al final termina siendo tergiversado y modificado por su receptor.
No hay culpas en los extremos, todo se debe al sistema (tal cual la reiterada respuesta del mamerto inconforme). Se trata del mundo de los “malentendidos”. Aquellos entes aberrantes, tales orcos mineros nauseabundos, que salen a la luz a socavar la paz y el ensueño. Con cierto infortunio, suelen ser originados tras el debate y el escrutinio, valores sobresalientes de la democracia, pero su insistida aparición es causante de la entropía social.
El incremento exponencial de nuestras desavenencias puede estar atada a tres factores: la multiculturalidad, la omnicanalidad y la unicidad. La primera refleja las costumbres de un colectivo, que se traducen en códigos de conducta y traducción del mensaje.
La segunda es privilegio de la tecnología y la evolución de los medios: el mensaje adquiere muchas formas que obedecen a la modelación del canal. El humano físico es diferente al humano virtual o “digital”. En este gap, todo es susceptible a la metamorfosis. Todo puede cambiar.
La tercera describe la lógica de la imposibilidad de encontrar dos o más organismos iguales. Cada uno es irrepetible, cada uno es un mundo complejo de causas y consecuencias. Ese pensamiento crítico y diferencial, que es riqueza en la cultura, pero pobreza en la concertación, es tal vez la “piedra filosofal” del malentendido. Lo anterior pude resumirse en que la complejidad y la evolución de la civilización (si así podemos llamarle), advierten la diversidad y hacen flaquear la estabilidad mundial.
Tal vez, una salida clásica y autoritaria a este problema sea convocar a la (extrema) derecha, para que por la sabia intersección de sus inquisidores, el que piense diferente sea culpado y separado, mientras aquellos alfiles del “Ubérrimo” refundan el capitalismo del siglo XXI.
Colofón: El aberrante y nauseabundo olor de la maquinaria política en Colombia empieza a dar sus primeros frutos (descompuestos). Mientras los varones electorales buscan asilo clientelar en su aleada hacia las huestes candidato ganador de los comicios presidenciales y tras el destape de casos de fraude electoral (no hay sorpresas), se buscan recónditas razones para despachar a un ciudadano y ser humano ejemplar, evitando que ocupe su curul en el congreso luego de un fuerte apoyo libre y de opinión. Espero haya un desenlace coherente y respetuoso con la democracia.

