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El limbo de un espíritu adolescente.

Fotografía de: PublicDomainArchive. Tomada de: Pixabay.com

Nuestro tiempo es corto. En un segundo, en un parpadeo, cada segundo pasa y se pierde tiempo de lo esencial e importante. La rebeldía de la adolescencia y la revolución de la juventud se opacan con la conformidad de la madurez, pero se añoran en la vejez. En esta última etapa todo se convierte en historias de un espíritu adolescente. Algunas, nadie quiere ya escuchar. Es por ello que vivir es sinónimo de transformar. Si no se incide en el cambio, seremos montón en la nulidad.

En medio de las brasas que proporciona el desarrollar una tarea de inglés (en mi cuaderno Baby Boomers del maestro Jedi: Yoda), devolví el casete (en un rebobinador Beta), y añoré los pasos de aquel estudiante de una carrera agropecuaria, en la universidad de mayor excelencia en Colombia (opinión personal), donde los fragores de las discusiones estudiantiles rayaban con la utopía del ideal socialismo, porque todos nos sentíamos iguales y así debería serlo fuera del campus, y deseábamos sin indulgencia que la sociedad abandonada derrotara a su victimario: aquel lado oscuro de la fuerza, gobernado por los mismos… La famosa oligarquía.

Este movimiento de “extrema mamertería”, fue tal vez, el mayor e intenso entrenamiento que cualquier joven puede tragarse con fuertes choques cerebrales. La formación neuro-virtual en la “Matrix” del señor Anderson era un chiste superficial y malo, en comparación de esa implacable escuela dogmática. Todo el que ingresaba a las aulas maltrechas, experimentaba una cruel metamorfosis. Sin embargo, allí también reinaba una ley, que yo llamo “del curubito”.

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Para dar contexto, la “curuba” es una planta trepadora, del género Passiflora, propios de la región Andina. Su fruto es una baya de forma ovalada, de cáscara fuerte, en cuyo interior aguarda una suculenta pulpa. La “ley del curubito” aplica para aquellas cosas o seres (de cualquier tipología), que se aguardan en una coraza para ser extraordinarios, pero al salir de éste, se mimetizan de forma camaleónica, con su entorno. En la “U” nos sentíamos invencibles e indomables. Afuera de la Calle 26 o de la Carrera 30, volvíamos a la realidad y ocupábamos un espacio más en el montón.

Ese gran ímpetu, del cual profesé (y aún lo sigo haciendo) mi admiración por los mártires sociales en este continente frut de un estreñimiento ibérico, pierde su fuerza al pasar el tiempo y al aproximarse a la realidad senil de la existencia forjada sobre el capitalismo. En otras palabras: El padre de familia sobrevive en un mar de turbulencia financiera, la inflación lo devora y la superación le embarga frustraciones. Luego será un abuelo anciano que no produce, no consume, no aporta al sistema, entonces no sirve. La muerte ocurre mucho antes de la pérdida del pulso. Sucede cuando se desvanece el último intento por tratar de cambiar el mundo, por romper la cáscara del curubito. Nos pasa a todos.

La encomienda de nuestra profesora de inglés, era plasmar en un “assay” (ensayo), nuestra opinión aislada y solitaria de la fuga de petróleo de un pozo cerrado y abandonado hace más de 10 años, en el departamento de Santander. Una terrible tragedia que apagó la vida y la dignidad de todo lo que arrasó a su paso. El viscoso aceite negro supuraba en la tierra, como si se tratase de una infección provocada por el aliento humano: El reflejo de nuestra absurda existencia.

No bastó mucho tiempo en rodar la esfera de la pluma, y todo parecía dirigir a una culpabilidad definida: el estado, la empresa, la sociedad. Acaso, ¿ésta no era la santísima trinidad del capitalismo? En el relato, los inyectores de maldad siempre aparecían en segunda o tercera persona. Al fin y al cabo, emprender nuestros pecados hacia los demás es propio de esta raza pía de personas: todos son inocentes hasta que se piense lo contrario. Pasaban las hojas de mi cuaderno, y sin darme cuenta me acercaba a su lado oscuro, ¡donde el único bueno era yo! ¡Qué tal el poder del ego! Como si yo no fuera parte de esta humanidad agobiada y doliente. Y me pregunté: ¿Cuál ha sido mi activo aporte para que el planeta no eructe su último suspiro? Me sobraron los dedos… todos.

Con el predominio de la democracia y la república (menos mal… o de lo contrario estaríamos entre los químicos de Al Asad y los bonitos misiles de Trump), nosotros, lo ciudadanos, decidimos quien nos gobernará, así todos los hagan de la mismo forma o con iguales resultados. Es una excelente oportunidad, pensaba. Luego concluía: ¡Qué pueblo más salvaje! ¡Las bestias lo vitoreas! Yo soy una de ellas. ¿Cómo pretendemos que el futuro cambie, si elegimos a los mismos, a los hijos de esos mismos, a los vasallos de esos mismo, a los discípulos de esos mismos? Somos los mismos idiotas.

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Sin embargo, no lo podríamos hacer solos. Es un reto inalcanzable. Entonces miré al espejo y pregunté ¿Qué has hecho? Frase repetida en el cine gringo, cuando se ha traicionado al bueno. La sostenibilidad es solo un principio del sostén femenino. Seguimos comprando, no reutilizamos, pero “botamos”. No reciclamos, ¡Compramos! La presión sobre los recursos la hemos maximizado. Las marcas y el estado nos obligan a comprar como cerdos paranoicos. El valor humano es directamente proporcional al cupo de su chequera. Sobresalimos comprando y exhibiendo. La academia, la investigación y le probidad son cualidades baratas e insulsas.

Mientras tanto absurdo, me tomo un tinto con café de mi pueblo y escucho a unos “papanatas” (en el mal sentido de la palabra) rasgar sus costosos vestidos al defender el petróleo y otros, un poco menos ingenuos, promover con radicalidad la siembra de aguacates. Este será el principal sustituto de esa maléfica industria. La verdadera conversión. La fruta mesiánica. Cambio el dial de la radio y me encuentro con “Smells Like Teen Spirit”, estupenda canción del Grunge noventero de Kurt Donald Cobain. Un anillo al dedo y una pedrada a mi conciencia: he perdido mi espíritu adolescente.

Colofón: A veces el poder conduce la estupidez. En tiempos donde la valoración de los efectos del “Fracking” ha sido sustentada científicamente, en las naciones del banano, los encargados de las carteras de minas y medio ambiente, promueven su uso como la verdadera solución extractiva de los problemas fiscales. ¿Qué nos dirán estos filósofos pragmáticos del progreso, cuando la tierra revierta sus efectos sobre la humanidad?

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El limbo de un espíritu adolescente
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El limbo de un espíritu adolescente
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La vida es un péndulo de emociones y sensaciones, y en ese ir y venir nos damos cuenta que poco hemos hecho por el cambio. Vivir es una oportunidad de romper el “status quo”, y virar en nuevos sentidos. Este será el verdadero recuerdo y legado a nuestros hijos. No dejar el espíritu adolescente.
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