Fotografía de: Carroya.com. Tomada de: Archivo.
Han pasado varios meses desde mi última publicación en este blog. En algunos trazos breves de inspiración, el poder de la ocupación, cómo si se tratase de una prioridad radical, me llevaba a dejar de lado el continuar con la escritura. Lo que nunca pasó por mi mente, o por lo menos hasta ahora, fue que retomara mi escaza habilidad literaria para reflexionar sobre el valor de amistad en medio de una inconmensurable tristeza. Aquella que embarga a la humanidad cuando la muerte acecha y ataca sin piedad. Esa que hace parte de la historia de la vida y que no muchos sabemos cohabitar con ella.
Creo que, y las personas que me conocen podrán valorar desde su óptica particular, en mis acciones y discursos he tratado de ser honesto, sincero y transparente en mis argumentos. Esta oscura capacidad de mi personalidad suscita inmediatas reacciones diversas como enojo, vergüenza, vulnerabilidad, risa, compasión, decepción, hasta odio… y en raras ocasiones aproximación, acuerdo, cariño y asertividad. Realmente no me caracterizo por la diplomacia. Dar manzanilla no es una virtud. Sin embargo, esta entrada escueta y dura ha traído consigo a amigos inmejorables, momentos inolvidables. Historias que se cuenta una y otra vez hasta su adulteración. La magia del recuerdo hecho vida que se narra en compañía de un tinto y un cigarrillo.
Definir el estatus de “amistad” o la consideración fáctica de que a alguien se ha otorgado el preciado título de “amig@”, donde no hay buenos o malos, es algo difícil de conceptualizarlo. Esta semana, en medio del dolor del alma y luego de volver a hablar en la distancia social con vari@s “amig@s”, me atrevo a escribir estos postulados, de opinión propia desde luego. Esta es la forma de explicar lo que siento.
En primer lugar: la lealtad. Defraudar y traicionar son contrarios en la construcción de confianza. Este es uno de los retos principales de la sociedad. Vivimos en medio de situaciones donde florece la indolencia y el sectarismo. La solidaridad humana que es vital como mecanismo de supervivencia de la raza, no parece ser una propiedad natural. El amigo no desampara, acude en los tiempos buenos y en la incertidumbre de las malas épocas. El amigo defiende las nobles causas y crítica con severidad la ausencia de rectitud y ética. La alcahuetería no tiene lugar.
Un segundo precepto: el compromiso. La amistad no es otra cosa que un “contrato social y colectivo” que se basa en reglas cuyo cumplimiento no es impositivo. Cuando ese compromiso se asume con total naturalidad y de forma incondicional, esta relación trasciende al concepto de familia. Hemos interpretado que los círculos sociales se aproximan o alejan de acuerdo con un nivel de importancia y la cercanía hacia las personas. De allí salta la aseveración de los padres que replican “primero es la familia y todo se hace por el bienestar de ella”. Esta frase describe perfectamente una relación de compromiso absoluto y este debe ser el nivel adecuado que guardan los amig@s. AL final, son parte de la familia. Somos los unos para los otros.
Una marca de hierro es algo que es inamovible, que siempre llevaremos encima. Por ello, “la huella” es el tercer criterio. Gabriel García Márquez indicaba con su acostumbrada maestría que “La vida no es lo que uno vivió, sino lo que recuerda, y cómo la recuerda para contarla”. El recuerdo es la marca del paso del tiempo, es la marca de la vida. Siempre traemos a la mente aquellas personas que imprimieron hitos relevantes e indelebles que acuñaron alguna enseñanza, habilidad o ejemplo extraordinario. La amistad inscribe sellos imborrables que inmortalizamos en la réplica del ejemplo, la aplicación del pensamiento y la transferencia del conocimiento. Es el legado que da honores y significado a la lealtad y compromiso que un amigo nos entrega sin reserva. Nunca se olvida el instante donde abrimos el alma y mostramos sincera motivación por actuar tal como somos. El deber ser todo ser.
Tuve que escribir esta retahíla para indicar que Germán Andrés fue y será un amigo extraordinario, y que su recuerdo lo mantendré conmigo como el legado que juntos nos atrevimos construir en esta vida.
Colofón: Horas incontables tomando café de la máquina en al muro. ¿Quién se atreve a olvidar ello?

