Foto de: Günther Simmermacher. Tomada de: Pixabay.com.
La explicación de los extremos es muy simple. Solo basta hacerse en una esquina y hacer de su ángulo recto una aureola de divinidad irreparable. No hay lugar para el intermedio, el centro o el acomodo. Entra más lejanía la razón del equilibrio es más exacta. Este paradigma ha cercado la sociedad humana desde esos tiempos escasos de civilización. Aún ha cambiado poco. Siempre ha existido la necesidad de dar contundente explicación a dos incógnitas que, aunque suenen obvias y luzcan devoradoras de tiempo valioso, nadie ha demostrado la realidad irrefutable: ¿El real pensar y actuar en el bien y el mal? ¿La perfección humana que se realiza en la semejanza espiritual de un Dios poderoso es un hecho que trasciende lo material? ¿Ángeles y demonios?
Abordar estos temas provocan ciertas manías de descomposición y déficit de escucha. Es una tara de la matrix. Proliferan los adalides del cielo, y hasta hablan por smartphone con Jehová y son esquivas a las “chuzadas” inquisidoras uribistas. Ahora son socios políticos. La locura ha embargado los ánimos del verdadero altruismo religioso.
Pero volvamos al pasado, talvez encontremos algunas pistas a los interrogantes. Una consecuencia apenas racional, luego de que algunos tipos de simios evolucionaran en sus capacidades cognitivas y afinaran su locomoción, es el reto de explicar todo. La explicación es poder, porque es sinónimo de conocimiento: La ciencia. El que lograra apoderarse de ella, sería un ser de poder ilimitado. Pero, ¿por qué no avanzó el conocimiento de las ciencias? Creo que la mediocridad ganó sobre la investigación. Es más fácil la demagogia que la prueba. Fue más sencillo atribuir los acontecimientos al destino (fina), escrito por la voluntad de alguien nada descriptible. La premisa es: “Todo (y esto es todo) pasa porque así debe ser”. La libertad y el libre albedrío es un cuento libertino y falto de humildad.
Fenómenos naturales y ambientales, las patologías de alta mortalidad y, hasta las anormalidades físicas son el producto de fuerzas poderosas e inquebrantables. La superstición se tomo la política y la justicia. El gobierno de la ficción creada por la religión. Pero tenían algo que resolver. Para fallar sobre la naturaleza de los actos y las situaciones, se debían determinar los códigos de conducta. Lo que podría llegar a ser permitido, juzgado y penalizado. El bien y el mal, que típicamente se representan en un hermoso cielo azul y en una roja caldera de llantos y chillidos, adquieren personalidad humana, personalidad de marca. Seres malévolos y otros angelicales fueron diseñados por artistas de todas las épocas. Tenían forma, lo cual generaba cierta sensación de sosiego y atacaba a la incredulidad.
Estaban listos. El control social en la tierra podría estar salvaguardo por la doctrina. El futuro era un libro redactado en la creación del mundo. Los jueces apelaban a la intromisión de un poder tenebroso y aquellos que intentaban salir del guacal mediante la razón, terminaban siendo sus adoradores y aprendices directos: La brujería. Fueron más allá: la misericordia de un todopoderoso emitía la intensidad y frecuencia de la pena, muchas de ellas en métodos escabrosos y sangrientos, más adelante enseñados por mercenarios, como el señor Jair Klein en los años 90’s en las montañas colombianas.
Pensaría que cualquiera de nosotros no desearía haber vivido estos santos atropellos, pero la realidad es diferente. Aún se escuchan voces inquisidoras de la academia conservadora que insisten en una intervención directa del diablo sobre lo natural, ocasionando daños morales inconmensurables. A los anterior, muchos desean seguir escuchando estos discursos medievales que ofrecen un sistema implacable de dominación mental, porque la división y la polaridad son excelentes amigas para obtener beneficios para unos pocos.
Todo esto nos lleva a una conclusión personal: lo mejor o lo peor, el bien o el mal parten de la construcción social de la humanidad. Sus definiciones son maleables en tiempo y espacio, encumbradas en idealismos de la espiritualidad en escenarios desconocidos y no probados. En ellos, las vísceras gobiernan sobre la cabeza y, en sentencia, arrecia el conflicto y la violencia. Aflora la venganza. Otro aspecto totalmente diferente pero altamente relacional a lo anterior, es el valor de la verdad. Aquí no caben los grises o su flexibilidad. Analizarla dependerá de la moralidad social, pero su literalidad no es adulterable.
La ciencia y la investigación aplicada y rigurosa son útiles en el esclarecimiento de enigmas, los cuales son infinitos. La duda metódica de Descartes pudo haber marcado un hito en la intensidad por generar conocimientos y dilucidar aspectos sumergidos en el oscurantismo. Sin embargo, la academia y la investigación han adeudado su papel en la garantía de la equidad de oportunidades y la igualdad social. El mismo se a convertido en un activo monetizable, de poco valor humanista. Este puede ser la etiología que ha abierto la compuerta de una represa llena de sectas y religiones, que, al no encontrar esperanza en la ciencia y la investigación, dirigen sus ojos hacia un espacio etéreo.
Pueda ser que el diablo no entre y escoja.
Colofón: El 26 de agosto de 2018, los colombianos votarán sobre algunos aspectos que mejorarán los índices de transparencia de un desvergonzado congreso. No se resolverán todas las génesis y los efectos de la corrupción, pero “peor si es nada”. Sin embargo, me pregunto: ¿Acaso nuestros gobernantes, a quienes elegimos democráticamente, no deberían hacer de la lucha contra la corrupción algo lógico? ¿De sentido común? ¿Por qué nos tienen que preguntar? Por otro lado, la postura del Centro Democrático es esperadamente inexplicable.

